sabato 1 febbraio 2014

Time of the Gypsies (1988)








¿Se puede dejar de ser gitano? ¡No!, responde Kusturica, se es gitano de principio a fin, con todas las virtudes y defectos inherentes a la condición.
El incontenible, a pesar de su grandeza, director servio se sumerge en el escabroso y mágico mundo de la etnia zíngara, su filosofía de vida y, en particular, en la explotación infantil por parte de un clan de hermanos. Surge de esta inmersión como un gran conocedor de la cultura romaní, tan antigua y tan apasionante para aquellos que tienen el valor de acercarse con respeto y cruzar sus umbrales.



Emir Kusturica, entre otras muchas cosas, es un mago que hace cine incombustible con una envidiable facilidad, y un volcán creativo con lenguaje propio que incomoda a quienes son más partidarios del pensamiento único y de lo políticamente correcto.
Algunos de los momentos de "El tiempo de los gitanos" son para enmarcar y para mostrar en un museo permanente, en el que estarían los veinte directores más asombrosos e imaginativos de la cinematografía de todos los tiempos. Yo compraría, también con dinero de chistera, el momento en el que bajo la melancólica mirada de Perhan los empleados municipales barren las monedas de la Fontana de Trevi.


El guión, aunque pueda parecer un poco descontrolado y saltarín, casa perfectamente con la propia anarquía, religiosa y supersticiosa, de este pueblo nómada por excelencia.
La música de Goran Bregovic impregna toda la película, y la Yugoslavia multicultural y viva de la calle está en cada una de sus notas.
El tiempo de los gitanos es una cereza caramelizada que ningún gourmet del cine debería dejar de paladear.




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