martedì 4 settembre 2012

La Duda (2008)



Basada en la obra original del propio director, John Patrick Shanley, no se aleja de sus orí­genes teatrales: la peli puede dividirse perfectamente en actos, y con largas, estudiadas, densas conversaciones casi sin moverse del sitio, cargadas de mucho simbolismo, sin olvidar las manos de los personajes, con las que Shanley parece tener un fetiche. Su labor mucho más eficaz que otros directores de época que están obsesionados con el mundo donde transcurre la acción.


Shanley como director de la película consigue, gracias a unos cuidados entornos físicos, apartarse del enclaustramiento de la obra teatral, dándole aire, perdiendo teatralidad en la puesta en escena. Parece que se autoimponga esa huida a la génesis de la película, talvez perdiendo parte de su fuerza.


Las expectativas, los prejuicios, las sospechas que albergáramos sobre La duda antes de verla y a lo largo de gran parte de su metraje, saltan en pedazos gracias a su inspirado manejo de la ambigüedad, dejando suspendida sobre el crítico una única y paradójica certeza: la de que, escribiendo sobre cine, no basta con reafirmarse en los gustos contrastados por la costumbre, ni con transmitir a los demás lo que nosotros mismos creemos saber.


La Duda transcurre casi por completo en espacios cerrados y con pocos personajes. Algunos podrán atacarla diciendo que es demasiado “teatral”. Craso error. Es una película viva, intensa y rabiosa, cuyos actores se lucen y cuyas implicancias quedan girando mucho después de los créditos finales.




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