giovedì 26 luglio 2012

Sin Nombre (2009)

“Sin nombre”, como desde el principio cabe suponer, se detiene en la desastrosa huida de varios personajes, sobre todo la de una accidental pareja, hacia el paraíso estadounidense. Y la parte del león del viaje se la lleva un tren repleto de inmigrantes que llenan sus techos. Un viaje que, para uno de los protagonistas (un joven miembro de una Mara que se ve obligado a huir tras cometer un crimen que le condena a ojos de sus compañeros de pandilla) arranca en el sur de México, en el estado de Chiapas, pero que para el resto (la chica y su padre, que intenta volver a Estados Unidos, donde ha formado otra familia tras haber sido deportado junto a su tío y su hermano) arranca más al sur, en Honduras, lo que les convierte en doblemente extraños: no sólo serán inmigrantes ilegales al llegar al paraíso prometido, sino que también lo serán en México, el país que atraviesan para conseguir su sueño.

Resultaría extremadamente fácil, y también un riesgo a evitar, dejar que nuestra opinión sobre la película se dejase guiar por las evidentes buenas intenciones que la rigen: la denuncia de una situación que causa cada año la muerte y explotación de muchas personas que tan sólo tuvieron la mala suerte de nacer en el lugar equivocado. Y sin embargo, desde el punto cinematográfico, eso no es suficiente, y lo que tendríamos que preguntarnos es si, como obra cinematográfica, “Sin nombre” funciona. La respuesta es sí, sobre todo sacando el máximo partido a sus mejores bazas (las interpretaciones, especialmente del pandillero interpretado por Edgar Flores o del auténtico diablo de la función, el jefe de la Mara Lil’Mago encarnado por Tenoch Huerta Mejía), al esquema de thriller combinado con la denuncia social o la utilización de unos escenarios naturales que oscilan entre la dureza o la insalubridad (la estación donde comienza el viaje) y el contraste con unos paisajes de una extrema belleza, que ponen aún más de relieve lo extremo de lo narrado. Y sin embargo, el conjunto no llega a emocionar verdaderamente al espectador, quizá porque muchos de los giros de guión son esperados desde el primer momento, o porque tenemos la sensación de presenciar una historia de la que sabemos su final casi desde el primer minuto.

Pero eso no debería ser suficiente para restar méritos a una propuesta empeñada en mantener un alto nivel de calidad, sin escudarse en su interés social y de denuncia para alejarse del espectador. Pero quizá ese cruce entre la comercialidad y lo alternativo termine derivando en un imposible punto medio que impida que la película definitivamente suba.

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