Un film de una lectura muy clara y concisa que se ve beneficiada por la historia paralela en torno al personaje de Jacqueline McKenzie, una joven epiléptica que se une al grupo en un intento de dar por acabada una vida anterior llena de sinsabores. Su llegada provocará tensiones dentro del colectivo y hará peligrar la unión casi mística que reinaba entre los miembros antes de conocerla.
En el plano interpretativo, sorprende ver a un joven Crow al que se le nota muy cómodo en el papel de líder skinhead, Pollock cumple con el suyo a pesar de lo deslucido del mismo, y Mckenzie por su parte lo da todo para dotar de verosimilitud a su personaje.
El gusto por la violencia callejera inunda la pantalla y en ocasiones puede dar la impresión de que se abusa de ella, pero creo que es necesario tal grado de explicitud para que el relato resulte efectivo y nos introduzca de lleno en la vorágine de destrucción y desenfreno en la que están envueltos estos jóvenes skinhead. Una vida sin futuro, como se encarga de hacérnoslo comprender el director, avocada al más absoluto de los fracasos y de la que es casi imposible salir una vez ya estás dentro.
Pero a pesar de todo no es perfecta. Argumentalmente sufre de algunas lagunas importantes, y la realización, si bien resulta muy inmersiva, peca de un excesivo gusto por lo anecdótico y lo cotidiano que ensucia la fotografía más de la cuenta.
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